domingo, 25 de noviembre de 2007

ESE GÉNERO DE VIOLENCIA

No sé hasta que punto se puede incidir en la llamada violencia de género. Es verdad que es violencia de género másculino de lo que estamos hablando pero yo la llamaría sobre todo violencia de pareja. Y en la pareja, evidentemente, la persona de menos fuerza física es la mujer y en caso de conflicto es la que lleva la peor parte.
No acabo de entender los motivos que hacen que la vida de tantas mujeres acabe en las manos de tantos hombres.
Desde luego no todos los casos son iguales.
-Creo que, sobre todo, el problema es nuestra crispada sociedad. ¿Por qué, ante un conflicto, se recurre a la violencia con desenlace mortal y, en muchos casos, además, con premeditación? ¿Es un problema de valores? (en tan poco valoramos la vida de los demás), ¿ausencia de castigo a ese acto delictivo? (una vida cuesta muy poco).
-En muchos casos es el punto final de un proceso de separación solicitado por la mujer. Y aquí, y de ninguna manera yo voy a justificar la violencia, pero, en cierta manera, las leyes que intentan favorecer a la mujer, evidentemente, están perjudicando al hombre. No debería haber leyes asimétricamente protectoras de nadie, sino justas. Creo que cuando una relación se acaba, aparte de los sentimientos, los bienes de deberían repartir como si de una sociedad económica se tratase: lo que pertenecía a cada uno para él y lo común a partes iguales, y si es indivisible se vende y se reparte el dinero.
En nuestra sociedad, en la que niño o niña tiene los mismos derechos y oportunidades, de ninguna manera debería haber privilegios, pues las mujeres tienen las mismas posibilidades de trabajo y, por tanto, no tienen por qué estar protegidas.
Curiosamente se dan casos en el que el agresor homicida es un hombre de más de 60 o 70 años en proceso de separación y puede que aquí la mujer no haya tenido esas oportunidades de las que ahora gozamos. Pero yo me pregunto que sentiríamos cada uno de nosotros, si al final de tu vida te dicen que debes irte de casa, que ya no tienes nada (en la mayoría de los casos no tienes nada más).
-Evidentemente también hay un componente cultural machista (la maté porque era mía). Incluso cuando la relación había sido muy corta, o sólo una pretendida relación. En muchos de estos casos el hombre se suicida. ¿Qué puede impulsar a una persona a quitarse la vida habiendo matado a otra previamente? Un sentimiento muy grande de frustración, una obsesión extrema.
-Y por otra parte no podemos decir que los hombres sean peores personas que las mujeres. La bondad o maldad no va unida al sexo pues el egoísmo, el chantaje, el maltrato psicológico o incluso físico se reparten por igual.

Por todo esto, yo la llamo ese género de violencia y creo que no estaría de más que las leyes contribuyeran a disipar la crispación y, por supuesto, la formación personal (autovaloración, sentido de la dignidad, respeto por los demás) sería fundamental; y digo formación y no digo la educación para no hacer como los políticos que todo lo arreglan echándole las culpas a la escuela.

LIGERA GRAVEDAD

Uno de mis sueños recurrentes, desde niña, es que la gravedad me tiene suspendida a un palmo del suelo, como si me deslizara a unos 10 o 15 cm de él. Esto me permite sentirme segura y, a la vez, cambiar de lugar con rapidez y disfrutar de esa levedaz del ser.
Los movimientos son suaves, una mezcla de caminar y nadar o incluso volar; para aumentar la velocidad de desplazamiento muevo brazos y manos abriéndome camino en el aire.
En estos sueños nunca pasa nada extraordinario pero si tengo una cierta conciencia de que es algo especial, un recurso que los demás no utilizan. En un cierto momento me despierto dentro del mismo sueño y siento un cierto desencanto que dura poco tiempo pues me doy cuenta de que en el mundo real también soy capaz de deslizarme como sobre una nube, ligera; y me sorprendo de no haberme dado cuenta antes e intento enseñarles a los demás, para que también desarrollen esa destreza que parece tan fácil y tan natural.

Me temo que en la vida fuera del sueño no floto o al menos aún no he desarrollado esa facultad; pero, en cierta manera, es lo que se siente cuando vas sobre unos patines; sólo que sabes que hay un cierto riesgo de torta(quizás esa sensación del sueño de no creerlo del todo como que te vas a despertar del sueño), una pepita de aceituna que se te atraviesa en el patín (son muy traicioneras), un perro que sale disparado, hojas podridas pegadas al asfalto...

lunes, 19 de noviembre de 2007

JUANITO

Si hay una persona que representaba la alegría de vivir, de una manera sencilla, sin aspavientos ni excentricidades ese era Juanito.
De pequeño ya era el típico niño alegre, travieso, decidido y divertido. No digo irresponsable, pero tampoco responsable pues sus ocurrencias podían llegar a ser bastante peligrosas, como cuando decidió hacer un helicóptero y casi lo consigue, si no fuera porque se soltó la hélice y fue a parar a la frente de su hermana dos años menor y compañera de travesuras.
Siempre fue vivaz, despreocupado y amigo de sus amigos.

Futbolero aficionado, de joven perteneció al equipo de fútbol del pueblo que competía con los de los otros pueblos de alrededor; forofo del Real Madrid no perdía un partido televisado ya fuera internacional, de primera o sobre todo de su equipo del alma. Uno de sus recuerdos primordiales era su visita al estadio Maracaná en Río de Janeiro cuando estuvo trabajando en Brasil. Por supuesto esta anécdota iba seguida de su correspondiente chiste o chascarrillo, pues para todas sus historias había una gracia, un juego de palabras, un doble sentido fruto de su buen humor. Estaba dotado de una excelente memoria para las coplas populares que recitaba con gracia y explicaciones al margen.

Amante del baile, era una pareja esperada por todas las mujeres que como él disfrutaban moviéndose por la pista y no sé si sería por esa elegancia al moverse, por el poco peso o por algún duende que llevaba dentro, recuerdo a mi hermano decir, que cuando iba con el de paseo por caminos embarrados, Juanito volvía con los zapatos igual de limpios que cuando empezara a caminar, como si no hubiera pisado el suelo, a diferencia de él que llegaba con los suyos rebozados.

Siempre le recuerdo con sus caramelines mentolines que llevaba en los bolsos y nos ofrecía de críos, su boina, su caña de pescar, su meticulosa limpieza de manos pasando la piedra pómez para eliminar las callosidades, sus zapatos brillantes…

A pesar de la enfermedad que desde muy joven le sacudió e incluso lo tuvo doblegado en coma durante 9 días, nunca perdió el ánimo y puede decirse que como Lázaro resucitaba después de los achaques, que por otra parte nunca preveía, no se daba cuenta de su falta de azúcar que le hacía ser muy locuaz y divertido como si de un exceso de alcohol se tratase, sólo los que le conocían bien, y era mucha gente, advertían que algo iba mal y, los más allegados, que debía de tomar glucosa.
Yo creo queinteriormente siempre fue un joven sano y feliz.

Por eso me resisto a decir aquello de descanse en paz. Pues si estuviera en algún sitio no sería para descansar sino para sacarle jugo y disfrutar.

domingo, 4 de noviembre de 2007

HAYEDO

Tomamos la carretera de Tabanedo y a pocos metros del cruce de Felmín cruzamos el arroyo y, pasando por entre los espinos, llegamos a los "praos" al pie de la montaña. Comenzamos las ascensión por un cascajal de caliza tapizada de matojos espinosos. A pesar de la pendiente se subía bastante bien, sólo algún resbalón en la pedriza. Acercándonos al hayedo empezamos a ver algunos arbustos y algún haya aislada. Ya en el hayedo árboles muertos caídos en el medio del bosque dan un aspecto de salvaje.

Todo el suelo está cubierto de una densa capa de hojas rojizas, sonoras, crujientes; formando una alfombra, a veces colchón, que tapiza la tierra y sobre todo las rocas calizas.





Pocas plantas en el sotobosque, solo álguna en los claros del bosque.
Alguna seta en las zonas más húmedas, en el suelo, entre las hojas o en los árboles. Texturas secas, húmedas o mucilagenosas.
En las fotos un cortinarius y un "pedo de lobo".

Zigzagueamos, arriba y abajo avanzando en la penumbra creada por el techo de hojas.
Para bajar, como la pendiente era considerable, nos fuimos descolgando, agarrados con una mano a los troncos de los árboles y cual osos(los monos son mucho más ágiles) nos fuimos dejando caer resbalando sobre nuestros talones hasta el siguiente árbol.

sábado, 3 de noviembre de 2007

BANDERAS

Nunca he sentido una gran afición por los símbolos y por tanto tampoco por las banderas.
Por ellas sabemos, en una retransmisión de Fórmula I, donde se encuentran los seguidores de Fernando Alonso, por ejemplo.
Pero, lo mismo que no me emocionan también sé que en ciertos sitios y en ciertos momentos tienen un valor muy importante. Y leyendo a Savater creo que entiendo mejor ese sentido.

¡Por allí resopla!
FERNANDO SAVATER
Permítanme que les entretenga con una pequeña anécdota personal, ejemplo de un mal muy frecuente y extendido: la manipulación que convierte la información en maledicencia. Hace bastante más de un año tomé parte en una mesa redonda en un hotel madrileño sobre el estatuto de Cataluña, junto a mis amigos Arcadi Espada y Roberto Blanco Valdés. En mi exposición hice una defensa de la ciudadanía, la igualdad democrática de derechos y deberes, etc… frente a las concepciones territoriales discriminatorias y a las asimetrías autonómicas. En el coloquio, uno de los asistentes nos reprochó a todos los participantes no haber mencionado “la idea de España”. Yo traté de explicarle que a mí España no me interesaba como idea, esencialista y metafísica, sino como Estado de Derecho que garantiza mis libertades y las de todos los ciudadanos. Ante la insistencia de mi interlocutor en su planteamiento, terminé por decirle con culpable impaciencia (es mi carácter, como se excusó el escorpión ante la rana): “Mire, a mí la idea de España me la sopla”. Hubo cierto revuelo, que incluso se prolongó en días sucesivos en las páginas de “ABC”. Nada del otro mundo.

Hace una semana, en una comida con la prensa para presentar algunos de mis libros en nueva edición, uno de los periodistas recordó el incidente de meses atrás. Como tengo el vicio pedagógico, en vez de reírme y descartar el asunto volví a repetir la explicación que arriba queda indicada. Al día siguiente, en algunas radios y algunos diarios, se ofrecía sin mayor atención a las circunstancias el tremendo titular: “Savater dice que la idea de España se la sopla”. Y los comentarios que glosaban la cita no eran mejor intencionados. Después de todo, estamos promoviendo un nuevo partido político y tal atrevimiento no cuenta con demasiadas simpatías en ciertos grupos mediáticos. El descontextualizado titular de marras iba rebotando por emisoras y columnistas, agravándose en su formulación mientras se alejaba de su origen informativo… o deformativo, como prefieran. Según algunos, lo que me la soplaba no era la idea de España sino España misma en cuerpo presente. Hubo uno que aseguraba que mis palabras exactas fueron “España me la suda” y seguro que otras versiones ofrecieron variantes como “la Hispanidad me la refanflinfa”, “el Cid me la suliveya”, etc… Quizá alguien, asombrado por tales exabruptos, se haya preguntado por qué diablos un servidor se ha tomado durante años tantas molestias por defender algo que al parecer le interesa tan medianamente. En fin, qué cosas.

Disculpen este lamento pro domo y contra la manipulación de la palabra, fenómenos desgraciadamente nada raros en los medios de comunicación. La verdad es que no quiero quejarme ni excusarme, sino aprovechar el incidente para intentar una breve reflexión sobre esa cosa vidriosa, últimno refugio de los bribones según parecer del Doctor Jonson: el patriotismo. Comenzando por lo obvio, nadie puede mandar en sentimientos y adhesiones emotivas. Hay quien siente su colectividad con tanta pasión como se ama a la familia y quien la considera desde un punto de vista más convencional y práctico. Algunos –la mayoría, supongo- combinamos ambas cosas, en dosis variables de emotividad y razonamiento. Lo importante a mi juicio es dejar claro que, hoy por hoy, España no es simplemente el nombre de una entidad platónica o de una exaltada colección de leyendas piadosas, sino la denominación del Estado de Derecho gracias al cual somos ciudadanos libres y no vasallos o siervos de la gleba, sometidos a los caprichos atávicos de un territorio y sus tradiciones. Quienes defendemos la unidad del país y la igualdad de todos dentro de él –leyes iguales para todos y todos iguales ante la ley- lo hacemos porque sin unidad e igualdad no puede haber garantía democrática de nuestras libertades. Precisamente somos los vascos opuestos al terrorismo (y por tanto amenazados por esta lacra) los que estamos en mejores condiciones para comprender la importancia de pertenecer al Estado de Derecho español y no depender totalmente de una administración local que en demasiadas ocasiones ha demostrado poca beligerancia contra la violencia y hasta cierto entendimiento político con las sinrazones de los violentos.

El campo en el que mejor se percibe la necesidad de un patriotismo ciudadano o racional es en la cuestión de los símbolos del país. Lo ha tratado muy bien recientemente Antonio Elorza en un artículo magistral (“El vaivén de los símbolos”, El Pais, 21.IX.07). Quienes no tenemos una especial relación apasionada con la bandera española –ni con ninguna otra, claro, salvo quizá la de la Cruz Roja- sentimos cierta dificultad a la hora de reclamar su presencia de acuerdo con la ley en los edificios públicos. Parece un asunto menor, al que sólo pueden conceder importancia los fanáticos. Sin embargo, no es así. Más allá de las connotaciones sentimentales que pueda tener para algunos, la bandera española tiene para todos los ciudadanos una significación utilitaria, como la tienen las diferentes luces de un semáforo: representa al Estado que defiende nuestros derechos y libertades. Allí donde se oculta o se menosprecia es porque se ha decidido no defender nuestros derechos o libertades ciudadanas. En un edificio oficial, la bandera indica que allí hay refugio y ayuda contra la amenaza de quienes quieren saltarse las leyes del Estado para imponer las leyes de la tribu….es decir, de su tribu. No mostrarla no ofende a una esencia sublime e incorpórea, sino que arremete contra personas concretas, decentes y que pagan impuestos entre otras cosas para garantizarse protección contra los usurpadores violentos. De ahí que sea incomprensible (o demasiado comprensible, ay, dada la vigente dejación de responsabilidades por parte de tantas autoridades) que no se le conceda importancia a su desaparición del ámbito público, como hace con culpable desahogo el ministro de Justicia diciendo que son cosas que “han pasado, pasan y seguirán pasando”. Cuantas vergonzosas bobadas tenemos que soportar… y pagar por oír, puesto que a fin de cuentas se trata de funcionarios cuyo sueldo sale de nuestros bolsillos.
Algo semejante podemos decir respecto a la quema casi ceremonial y provocativa de retratos de la familia real que últimamente parece haberse puesto de moda. Es difícil que alguien sea menos monárquico que yo, pero mis objeciones a la institución monárquica buscan el debate democrático y en su caso el cambio de las instituciones, no la exaltación de la violencia en nombre de un nacionalismo étnico aún más reaccionario, cerril y antidemocrático que la peor de las monarquías. No es lo mismo un chiste poco respetuoso en una revista cómica, aunque sea de muy mal gusto (los bufones siempre han tenido ciertos privilegios), que salir a la calle con una lata de gasolina para amedrentar al personal. También los miembros del Ku-Kus-Klan quemaban cruces en las calles de Alabama y no hace falta ser cristiano para sentirse agredido por semejante gentuza… Es verdaderamente patético escuchar las “argumentaciones”, por llamarlas así, de quienes intentan que atropellos semejantes, no contra la familia real sino contra nuestros derechos de ciudadanía, como son esos aquelarres incendiarios pasen por simples travesuras cuando no por manifestaciones de la libertad de expresión. ¡Y luego dirán que no hace falta la Educación para la Ciudadanía…!
De acuerdo, todo eso está muy bien –me dicen algunos- pero usted, señor Savater, usted en persona: ¿no siente ninguna emoción respecto a esos símbolos y a esa España? Desde luego, no padezco ningún patriotismo obligatorio: me siento ligado a la España constitucional y democrática, pero no a la de Franco o a la de cualquier otro tipo de dictadura. Si mañana volviese el autoritarismo anticonstitucional de cualquier signo, no sentiría por esa España ningún tipo de simpatía. Pero por lo demás, cada cual tiene su corazoncito. Alguien tan poco dado a efusiones patrióticas como Pío Baroja escribió en “Juventud, egolatría”: “Yo quisiera que España fuera el mejor rincón del mundo y el país vasco el mejor rincón de España”. Pues bien, siempre he compartido el íntimo deseo del gran cascarrabias donostiarra.

viernes, 2 de noviembre de 2007

UN POCO DE SENTIDO COMÚN...

Un video del metro recoge las imágenes de un hombre que pega a una chica ante la presencia de otro chico que se abstiene de intervenir.

Es tremendo ponerse en la piel de la chica a la que le estan pegando y solo puede pensar "a ver cuando se baja y me deja". Pero también es tremendo ponerse en la piel del pasajero espectador, seguro que también pensaba "que no se fije en mí".
Parece ser que la sociedad quiere héroes por eso ahora el repudiado es el pasajero pasivo. Sin embargo ¿qué habríamos hecho cada uno de nosotros?, si hubiéramos estado solos.
Para más inri puede que el agresor no sea castigado pues no sabía que estaba siendo grabado.
Vivimos en una sociedad descerebrada, no estaría de más que nuestros legisladores tuvieran un poco de sentido común.

A continuación va un artículo muy interesante publicado por Hernán Casciari.


Viernes 26 de Octubre, 2007
El sentido del olfato en los trenes
I.
Mi nombre no importa; no voy a presentarme. Lo que importa es mi cara, que aparece de perfil en un video que ahora recorre el mundo. En ese video viajan en metro un español, una ecuatoriana y un argentino. (Parece el principio de un chiste, pero no lo es.) Yo soy el argentino. O quizás en ese video vayan en un vagón una víctima, un verdugo y un cobarde. En ese caso, soy el cobarde. También es posible que en ese tren estén viajando tres animales muertos de miedo, oliendo a diferentes miedos. Pero eso no lo dice nadie.
Yo soy el que mira para otro lado, el que está sentado a la derecha y abajo de la imagen. Aparto la vista porque tengo terror de sobresalir, de cruzar la mirada, de chocar contra los ojos de la bestia. Hay una pregunta que no quiero escuchar en ese momento, en ese tren, a esa hora de la noche. La pregunta es: ‘Y tú qué miras’.
No tengo la suerte de ser un argentino invisible, nieto de polaco y española, o bisnieto de italiana y vasco-francés. Soy argentino profundo, algún indio ranquel anda en mi sangre todavía. Y ese cuarto de sangre contaminada es suficiente para que aquí me pidan los papeles por la calle, o para que me peguen una paliza los leones.
Los leones nos detectan por el rasgo aindiado, no por el pasaporte. No importa dónde nacimos ni si les quitamos el trabajo. No importa quién es nuestro dios ni el de ellos. Es solamente un tema de fealdad facial. No sé por qué le llaman racismo a este asunto; estoy seguro que con cirugía estética a precios razonables, en España se acaba la violencia en los trenes nocturnos.
Por eso yo no pongo nunca mis ojos en los ojos del león, ni en este video que recorre ahora el mundo ni tampoco antes, en otros vagones sin cámaras de vigilancia. Pero sobre todo en este video, yo no quiero que él me huela. Si no estoy atento a su merienda flamante, si sigo pastando ajeno, es posible que la bestia no descubra que soy un ciervo idéntico al que ya está devorando.Antes de que el león subiera al tren, yo miraba con timidez a la chica.
Estábamos solamente ella y yo en el vagón vacío. Entonces sí hubiera deseado cruzar mirada, intensamente. Hay hombres que tienen la entereza de mantener los ojos fijos en la mujer desconocida, en un tren o en cualquier sitio, aunque ella también observe. Yo soy tímido y no puedo hacer esas cosas. Yo soy, también cuando no hay leones merodeando, el macho cobarde de la manada.
Nosotros, los tímidos, los cobardes, fantaseamos en los trenes. Más que nada cuando viajamos con mujeres hermosas a las que no sabemos abordar.Una de mis fantasías preferidas es salvar a la chica hermosa de un peligro, ser su héroe. Los tímidos no sabemos trabar conversación falsa (‘¿sabes si este tren tiene parada en Virreyes?’) ni entablar diálogo seductor (‘yo también he leído ese libro que estás leyendo’), entonces sólo nos queda la providencia improbable de un peligro.
Por eso mismo más tarde, cuando el león ya desgarraba a su presa con insultos y con patadas certeras en la cara, sentí por un momento que Dios me había preparado una broma cruel:
—Ahí lo tienes, cobarde —me decía el Señor—. Ahí está tu fantasía hecha realidad, el dichoso peligro ajeno que pides cada noche en los metros y en los autobuses y en las calles oscuras, cada vez que no puedes abrir la boca frente a una minifalda. Aquí tienes tu momento, tus quince segundos de gloria, anda, ahora puedes ser el héroe de esa chica, su bienhechor. Levántate y haz lo que has soñado mil veces.
Qué exagerado para los milagros resulta, a veces, Nuestro Señor Jesucristo. ¿No podía haber puesto una araña en la ventanilla de la niña guapa, una araña no muy grande que la llenase de pánico? Yo entonces sí habría saltado de mi asiento, habría dicho ‘no te preocupes’, habría enrollado mi periódico y, ¡zas!, habría acabado con el insecto como el príncipe valiente que siempre he querido ser.
Pero Él tenía que hacer las cosas a su manera, pensé esa noche con rabia mientras escuchaba los insultos reales y los rugidos y los arañazos. Él, en Su enorme sabiduría, tuvo que hacer entrar al vagón a una bestia desbocada, a un animal dos veces más grande que yo. No una araña ni una cucaracha voladora, no. Aquella noche debía ser el inicio de un romance entre dos cervatillos tiernos, y a Él no se le ocurre mejor idea que meter en medio al rey león.
II.
Dos hombres me han seguido con la mirada esta mañana, al salir de casa. Me veían con los ojos inquisidores, con el gesto duro. Más tarde la mujer mayor de la tienda, que siempre me saluda, no me ha dado esta vez los buenos días. Y por la noche unos chavales de mi edad me han tirado piedras, cerca de la estación. Ninguna me dio de lleno, por suerte.
Al mediodía me encierro en casa pero me aburro, porque mi madre ya no quiere poner la tele. Es que allí, en cualquier canal que pongas, sea la hora que sea, sigue estando mi perfil inmóvil, mis ojos fijos en la nada, mi culo que no se levanta del asiento de un tren nocturno.
Noche y día los informativos repiten, y no se cansan, las imágenes del vagón que muestra mi rostro en primer plano, de perfil, siempre a la derecha de la pantalla. Han pasado dos semanas y la gente ya se ha cansado de compadecerse de la bella, y también se ha cansado de repudiar a la bestia.
Ellos tienen más suerte que yo, porque saben hablar, porque no son tímidos ni son cobardes.
La bella ha sido muy valiente y ya ha hablado del asunto. Dijo por la radio, sobre la bestia: “Como vio que yo estaba sola, pues mire, se puso a descargar su rabia”. Para la bella yo no estaba presente aquella noche: ella iba sola en el tren, según sus palabras. La bestia también ha hablado del tema por la televisión. Dijo: “Yo iba borracho y no recuerdo nada, punto”. Para él tampoco existí esa noche. La bestia estaba borracha y no me recuerda, nunca me vio.El único que no ha hablado con la prensa, ni con nadie, he sido yo mismo, que no soy la bella ni soy tampoco la bestia. Que solamente soy un chico tímido, un animal doméstico y un poco escurridizo. Y algunas noches complicadas también soy, sin querer serlo, un cobarde.
Aunque todavía sea menor de edad —tengo diecisiete años, cumplo los dieciocho en marzo— los adultos de mi barrio me acusan de no haberme enzarzado en una pelea con otro adulto mayor, más grande que yo también en músculo, no sólo en edad o estatura o mañas.
Les doy vergüenza a todos.
Ellos, los de mi barrio, hubiesen deseado decirme al día siguiente, mientras me palmeaban haciendo corro: ‘Te hemos visto por la tele, has sido valiente, el otro era más grande y sin embargo te levantaste y peleaste como el hombre que todavía no eres, en el barrio estamos orgullosos de ti, hemos comenzado a organizar una colecta para comprarte la silla de ruedas”.
Les doy vergüenza. A todos. Están enfadados conmigo porque no pueden sentirse orgullosos de mí.
Hasta esa noche yo vivía en Olesa, un pueblo tranquilo a treinta kilómetros de Barcelona en el que éramos quince mil animales domésticos, ciervos todos, casi ningún león desbocado, y a mí me conocían más bien poco. A mi madre más, porque es simpática y conversadora.
Pero ahora ya no vivo allí, aunque mi casa siga en el mismo sitio. Ahora no podemos salir a la calle, ni mi madre ni yo: el barrio se ha llenado de fieras con los dientes afilados, de leones salvajes que me acusan y señalan con el dedo. No a mí, no al de hoy. Señalan al que fui aquella noche en el video. Señalan al que no hará, ya eternamente, nada heroico en esa cinta.A veces me da miedo de que uno de mi barrio se me acerque una tarde cualquiera, me olfatee, huela los restos de mi cobardía, y me estampe una patada en la cara.
Ya tenía yo bastante conservando un poco de esta sangre india que los leones salvajes pueden oler de lejos. Ahora además tengo este otro olor, pusilánime y rancio, que molesta mucho a los demás ciervos y los convierte en malas bestias.